Es el Señor quien llama, quien vocaciona; no es uno quien escoge la vocación que él desea. Esto puede parecer para la sensibilidad actual, según cómo se presente, una manipulación por parte de Dios. Y no es así. No es que Dios nos convierta en «marionetas» suyas. Sino, porque te quiere y te valora, te confía y te llama a una determinada vocación.
De ahí la necesidad de ponerse a la escucha de la voz de Dios con todo lo que esto supone. De acertar con esa elección dependerá en gran parte la propia felicidad y la felicidad de muchas personas. Señor, ¿qué quieres que haga? (Le 4,18-21)
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