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viernes, 4 de febrero de 2011

¿Señor, qué quieres de mí?


Excelente pregunta. Es una oración completa. Una buena pregunta para tener permanentemente en el corazón, para pegar a la vida, para llevar a donde quiera que vayas. Buena pregunta por dos cuestiones: porque empuja a la vida hacia lo mejor, y porque es un diálogo continuo con Dios.

Y además, vale para cualquier cosa que suceda, para cualquier acontecimiento en el que se mueven las personas, para cualquier situación o diálogo, para cualquier instante en el que la libertad de la persona se quiere hacer responsablemente personal y religiosa.

Señor, ¿qué quieres? Y “qué quieres” no es qué te apetece, sino qué te parece más amable. Señor, ¿qué amas tú? Porque lo que no quiero, aquello que no amo, aquello que no deseo, es que tú dejes de amarme. No quiero alejarme de tu amor.

Es más, Señor, te pregunto qué quieres porque lo que deseo sinceramente es ser testigo de tu amor en el mundo, que amando las personas pregunten y eso por qué lo haces, y eso quién te lo ha dicho.

Es más, Señor, estoy convencido de que tu amor da una fuerza especial a mi vida. Es más, Señor, tu amor empuja, impulsa, enciende, dilata, desarrolla.

Hace unos años ya que comprendí que el lugar donde no había amor tampoco era un buen lugar para que viva cualquier persona. Porque una persona sin amor no puede vivir.

Los niños pequeños lo saben, los mayores muchas veces sufren por eso. Los adultos, y más los matrimonios, son testigos de que algo que merece la pena es algo perpetuado a base de amor, de entrega y generosidad, de vida común. Y sinceramente vivimos gracias a ese amor.

Quizá lo menos comprendido sea que una persona que el amor no tiene por qué salir del corazón de los demás hacia mí, que no tengo por qué ser un “receptor” meramente, pasivo y deseante.

Quizá lo más maravilloso es que tengo la oportunidad, del modo como he sido creado y como he nacido, de colocar en medio del mundo un amor más grande que cualquier otro soñado, un gesto de amor lo suficientemente significativo como para cambiar el mundo, un detalle amoroso que rasgue el mundo de tal manera que el niño herido sea capaz de sonreir y el que sonríe siempre sin motivo tenga una nueva esperanza por lo que seguir siendo así.

La pregunta es fácil: ¿Esto es difícil? Pues… tú mismo. ¡Atrévete! Pero si empiezas, hazlo de corazón y con la verdad por delante. Algo sencillo es dejarse llevar por el Espíritu, hacer nacer en nosotros un diálogo intenso y sincero con Dios. Él fue el primero que, antes de recibir amor, amó hasta el extremo. Señor, ¿qué quieres de mí?

Por: José Fernando (Sacerdote Escapulario)

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